Tiger quiere que 2008 sea el año del Grand Slam


Cara de niño, rostro oscuro, juego espectacular. Esa era la carta de presentación de Tiger Woods en 1997, cuando se hizo conocido ante el mundo. Ese año conquistó su primer torneo grande de golf, el Masters de Augusta, y se convirtió en el jugador más joven en lograrlo (21 años, 3 meses y 14 días), con el score más bajo (270 golpes) y la mayor diferencia respecto del segundo (12 golpes). Desde entonces, Tiger no ha parado de ganar y ganar, más allá de algunas temporadas algo más irregulares.


Por eso Augusta tiene un significado especial para Tiger. Cuatro veces se calzó el famoso 'Saco verde' que distingue cada año al ganador del primer Major de la temporada. Pero este año se plantea un desafío más grande, el mayor de su carrera, lo que lo convertiría (para despejar toda duda) en el golfista más grande de la historia. No lo dice en voz alta, pero Tiger siente que este año está en condiciones de ganar el Grand Slam, es decir, obtener los cuatro grandes de golf en un mismo año.


Sólo una persona logró ese objetivo fenomenal: el estadounidense Bobby Jones, en 1930. Woods estuvo muy cerca de ello, al ganar los cuatro torneos de manera consecutiva, pero no en el mismo año. En 2000 conquistó el US Open, el British Open y el PGA Championship, y al año siguiente Augusta. Era parecido, pero no lo mismo. El Grand Slam no se deja alcanzar desde hace casi 80 años, pero esta temporada Woods va a por él.

Las estadísticas no lo explican todo

Se trata de un objetivo muy complejo, pero no imposible. Al menos no para Tiger. Él mismo admitió hace poco que está jugando el mejor golf de su carrera, el más fino. Lo demuestra cada vez que sale a un campo en el último tiempo: lleva ganados siete de los últimos nueve torneos en los que ha participado. Pero, ¿cómo lo hace?


Fijarse en sus estadísticas puede llamar a engaño. Woods no es el mejor en cada rubro, pero sí lo es en aquellos que son decisivos para hacer scores bajos y ganar títulos. En los últimos cinco años, tiene un porcentaje de acierto a los fairways del 57%, nada muy destacado. Tampoco sobresale con la distancia que logra con el driver, a un promedio de 300 yardas, y por eso se coloca en un discreto 48º puesto en esa estadística.



Sin embargo, Woods encuentra su juego allí donde se empieza a marcar la diferencia: en el aproaching al green. Cuando está a una distancia superior a las 150 yardas (136,5 metros) de la bandera, allí donde el resto de los jugadores eleva su imprecisión, el Nº 1 mantiene su eficacia. En las 200 yardas está casi en el 70% de aciertos, lo que le da una gran ventaja sobre el resto del 'field'.


Además, se mantiene entre los primeros en el putting y marca diferencias asombrosas. En el rango de 15 y 20 pies (4,65m a 6,20m) acierta un 68% más de putts que el promedio de los demás, según un estudio realizado por Mark Sweeney y publicado por el New York Times. Y tiene una estadística bajo el par en hoyos jugados desde el rough. Así, queda demostrado que acertar a los fairways no es tan decisivo como parece. Al menos no para Tiger. Lo que lo diferencia es la capacidad de lograr putts de las distancias donde la mayoría falla.


Por todo eso, tiene un promedio de 67,30 golpes por vuelta en esta temporada y es el mejor en ese rubro. Tiene una diferencia de casi dos golpes sobre el segundo (Luke Donald, 69,01) y de cuatro sobre el promedio del Tour (71,29). Impresionante.


Aquí no hay nada seguro

Pese a que todos los indicios lo señalan como el favorito, todo puede pasar en esos 72 hoyos en el Augusta National. Como siempre, hay un margen importante de falibilidad, que es lo que hace atractivo el deporte. Aún así, Tiger se empeña en plantearse grandes objetivos. Este quizá sea el más alto.


El último hombre que comenzó una temporada con serias aspiraciones de ganar el Grand Slam de golf, fue Jack Nicklaus, en 1972. "No es imposible lograrlo", mencionó Nicklaus en ese momento, a los 32 años, los mismos que tiene hoy Woods. Lo dijo una semana antes de que comenzara Augusta, torneo que ganó con tres golpes de ventaja ese año. Luego añadió el US Open, pero Lee Trevino le arrebató el British Open para dejarla sin esperanza de lograr el Slam, la última oportunidad que tendría el mejor golfista de la historia.


El mejor, claro, hasta la irrupción de ese negro con cara de niño que sorprendió a todos en el Masters de 1997 y que hoy le disputa esa denominación. Tiger conserva sus señas de identidad; sólo se lo ve más crecido. Por lo demás, sigue haciendo historia cada vez que sale a jugar. Y quiere que 2008 sea el año de su consagración definitiva.

Via Marca